Una Fe bajo Fuego

La fe siempre alcanzó su máximo desarrollo en medio de dificultades. Las personas aprendieron a confiar firmemente en el Señor cuando se vieron en medio del fuego de la prueba.

POR BENJAMIN A. FIGUEROA

23/05/2022

El fuego es vital para el desarrollo de nuestra fe. Es más, sin fuego la fe queda infructuosa. 

Mientras más leo sobre los grandes mártires y confesores del pasado, mi interior admira su inquebrantable convicción, y al tratar de comparar la fe moderna y su fragilidad que contrasta con la tenacidad de antaño, me doy cuenta de cuánto hemos perdido en lo relación al significado de ser realmente cristiano. Esto lo puedo ver en mi propia vida. Mi pasión por el Señor no se equipara en ningún grado a la fe de Pablo, Policarpo o Atanasio. Estos verdaderamente fueron grandes hombres de fe y sellaron el testimonio de sus vidas con su propia sangre. ¡Qué maravilloso!

Al analizar las historias y vivencias de estos hombres, la curiosidad me insta a descubrir aquello que tenían en común estos héroes. De variopintas personalidades, diferentes nacionalidades y distintas ocupaciones el punto que los une es, a parte del gran Señor al que servían, su fe y convicción.

Es fundamental comprender que no era cualquier tipo de fe, era una fe bajo fuego. En medio de las pruebas esta fe era perfeccionada. Estos hombres vivieron bajo las más peligrosas adversidades, sin embargo mientras más dura era la prueba, más preciosa era su fe. Su cristianismo germinó y se desarrolló en un ambiente hostil, pero ni aún así renunciaron a su Señor. No existían las comodidades ni los lujos, en aquella época para un cristiano todo era difícil y sacrificial, pero la fe seguía siendo la misma. Su convicción era un pedernal que derrotó al mundo. El testimonio que ellos dieron los hizo dignos de entrar en la lista de Hebreos 11 y en nómina de los hombres que admiraré por el resto de mis días.

Al compararnos con ellos, nuestra fe y convicciones parecieran no ser tan diferentes a las de nuestros antepasados espirituales. No obstante, sí existe una gran diferencia, nuestra fe no presenta la firmeza de aquellos héroes. Creo que sé el porqué. 

Estos hombres vivieron bajo las más peligrosas adversidades, sin embargo mientras más dura era la prueba, más preciosa era su fe.

Desde la época de Constantino, cuando este emperador romano mandó oficializar el cristianismo y declararla como la religión del Estado, la fe cristiana se fue desarrollando (o degenerándose desde mi punto de vista) en el lujo, el prestigio y la opulencia. La iglesia entró en ámbitos que nunca hubiese podido imaginar siglos atrás, y pasó de ser un cuerpo de discípulos perseguidos a una comunidad influyente y poderosa. No se dieron cuenta de que perdieron un elemento que hacía crecer su fe: el fuego de la prueba. 

La historia nos muestra que poco a poco fueron desprendiéndose de las enseñanzas antiguas del Evangelio de Jesucristo para poder vivir de acuerdo a las exigencias de la sociedad carnal que la rodeaba, y al final murió. En la Reforma las cosas parecieron cambiar, pero de la misma manera, con el correr de los años los cristianos reformados hemos caído en aquello que condenamos en los católicos romanos: la comodidad, la tradición y la superstición. Alardeamos nuestra fe, sin embargo cuando ella exige un radicalismo que nos puede costar la popularidad entre las masas, un puesto en la sociedad o la vida misma, entonces cedemos apelando a la misericordia y comprensión del Señor. Esto es un mal en el que yo mismo he caído y por lo tanto no se sientan juzgados sino meditemos en esta amonestación del Señor. Somos expertos en vender a bajo precio nuestras convicciones.

Negociamos nuestro credo para obtener resultados ventajosos cuando lo primordial es ser fieles a la Palabra de Dios tal como nos ha sido dada, sin importar lo que digan los demás: 

Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?  Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. 

Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente“. (Juan 5:60-69)

Veamos a Cristo y observemos lo que nosotros hacemos. Acomodamos nuestro mensaje para agradar al hombre, pero nos olvidamos de agradar a Dios. Jesús no hizo eso. Su fidelidad a la fe que predicaba se mantuvo firme aunque esto le costó desprestigio y rechazo en muchos que habían sido sus discípulos. El Verbo Encarnado aprendió obediencia a la Palabra y voluntad del Padre y se mantuvo fiel en medio de sus innumerables pruebas y tentaciones. Él “fue tentado en todo… pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Muy diferentes al ejemplo del Señor lo que deseamos el éxito y la fama. Pero cuando llega el momento de la prueba, caemos en la hipocresía, y el cristianismo que profesamos y la fe que confesamos declinan, manchando su santa reputación frente al mundo.

¿Acaso es difícil darnos cuenta? La fe sin fuego no crece, y lo que no crece está condenado a morir. No resuenan las palabras de Pedro cuando dijo “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. (1 Pedro 4:12-16)

Solo una fe bajo fuego puede crecer. Solo cuando vienen las adversidades la fe muestra su singularidad y fortaleza. Al estar bajo ataque, las convicciones muestran su hermoso brillo.

En estos tiempos no sobrevienen esos fuegos de prueba y vemos que nuestra fe es raquítica en comparación con nuestros padres de antaño. Hemos olvidado la cruz y el galardón tras ella. Nos hemos convertido en aquello que juramos combatir, y ni siquiera nos dimos cuenta de ello. Prometimos ser paladines del Evangelio y somos obesos sin fruto. A pesar de ello sí existe una manera para que el Señor nos enseñe y otorgue ese tipo de fe inquebrantable y es enviándonos fuego, quitándonos nuestras comodidades y lanzándonos a los lobos. Sí, lanzándonos a los lobos. ¿Eso les molesta? ¿Acaso no está en sus corazones el deseo de mostrarle a nuestro Señor y al mundo que nuestra fe es verdadera? ¡Qué importa lo que hagan con nuestro cuerpo o cuanto nos hagan sufrir, nuestro amor y fe por el Señor seguirán siendo las mismas, y serán más fuertes y firmes que antes! 

¿No anhelas demostrar que Cristo realmente murió, y resucitó y que ahora está con el Padre y muy pronto volverá? Si es así, tu clamor será que el Señor te arroje a los lobos, que te arroje al horno de fuego, y así tu dependencia a Él crecerá. El éxito de los mártires no estaba en la tenacidad de su testimonio, sino en la dependencia ante su Dios. Y esta dependencia no hubiera crecido si su fe no haya estado bajo fuego. 

Nuestros tiempos como iglesia verdaderamente son deplorables. ¿Realmente queremos un avivamiento? Nunca ha habido un verdadero avivamiento sin que este haya sido precedido por el fuego de la persecución y la adversidad. ¡Nunca lo hubo y nunca lo habrá!

Queremos los sucesos pero no anhelamos pasar por el proceso. Queremos el galardón de la eternidad pero sin pasar por el sacrificio vivo de nuestro ser. Queremos un avivamiento, pero no estamos dispuestos a renunciar a nuestros lujos, casa, familia, trabajo, posesiones, cargando nuestra sentencia de muerte y seguir a Cristo. Y estás demandas son precisamente las cosas que hacen de la fe, que es como un pequeño grano de mostaza, algo firme y solido, como un árbol donde las aves hacen sus nidos. Esto nos guía a esperar y aguardar que el Señor mande el último avivamiento, donde dejaremos de ser cobardes y nos convertiremos en unos de los tantos defensores de la causa cristiana, pregonando el arrepentimiento y el perdón de pecados en Jesucristo. 

Preparémonos para el fuego de la prueba que se viene, y el avivamiento tras él. Demostremos que nuestra fe es genuina, porque nuestra meta trasciende hacia la eternidad.

Preparémonos para el fuego de la prueba que se viene, y el avivamiento tras él. Demostremos que nuestra fe  es genuina, porque nuestra meta trasciende hacia la eternidad. Procuremos hacer firme nuestra vocación y elección (2 Pedro 1:10).

Debemos ser cristianos verdaderos. Ese es mi deseo. Levantarnos del sueño, vestirnos las armas de la luz y padecer por Cristo, como los apóstoles, los mártires y los confesores del ayer.

Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”. (Hebreos 13:13-14) 

Si realmente queremos marcar una diferencia para Dios como esos hombres, buscaremos una fe eterna, una fe firme y probada, una fe bajo fuego. 

Benjamin A. Figueroa

Benjamin A. Figueroa

Diseñador Gráfico. Teólogo amateur. Pecador salvado por gracia.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe

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