He escuchado que comúnmente se repite la siguiente frase: “Tienes que estudiar para ser alguien en la vida”. Esta manera de pensar revela la opinión de que mientras no se estudia no sé es nadie o, en otras palabras, nuestra identidad o valía es definida por nuestros logros o emprendimientos. Es como si ontológicamente careciéramos del ser si no nos preocupamos por el hacer.
Este tipo de pensamiento es realmente erróneo. El yerro ha estribado en un sinnúmero de decisiones desacertadas y frustraciones, por el simple hecho de que se ha creído que somos lo que hacemos, cuando en realidad nosotros hacemos lo que somos.
En lo relacionado con el estudio y el alcanzar una profesión, las personas se ven presionadas por lograr ser alguien y muchas veces eligen una carrera equivocada o una actividad, para ellos monótona, que no los llena como personas. En otros casos solo buscan dinero y es eso lo que orienta sus elecciones o los consejos que reciben de otros para esas elecciones. A la larga solo se obtendrá la insatisfacción y la sensación de vacío dentro del alma.
Esto nos lleva a considerar que el problema es una falta de comprensión de lo que significa el ser. Definir el ser es algo realmente complejo. Es la complicada respuesta a la interrogante ¿Quién soy yo? Algunos filósofos tratan de responderla indicando que se trata de la esencia de una persona, pero eso, a mí parecer, no es una respuesta que satisfaga. Yo no pretendo dar solución a esta cuestión pues mentes más grandes que la mía no han podido; lo único que puedo hacer es describir algunos atisbos que tengo en mi limitada comprensión.
El hombre es un animal espiritual, la conjunción de dos mundos, la materia y el espíritu unidos en una singular armonía. Dios así lo creó, pues Él ama la materia y ama lo espiritual.
El ser es una combinación de varios elementos visibles e invisibles. Aquellos que creen en la separación positiva de física y metafísica definitivamente estarán en desacuerdo conmigo, sin embargo, el hombre es un animal espiritual, la conjunción de dos mundos, la materia y el espíritu unidos en una singular armonía. Dios así lo creó, pues Él ama la materia y ama lo espiritual. Esto es apoyo suficiente para la forma en que veo este tema.
Los elementos visibles serían mis rasgos físicos, mis habilidades corporales, mi estado de salud y mi cuerpo entero. Los rasgos invisibles son mi alma, mis deseos, mi manera de pensar, mi espíritu, mi voluntad, mis sentimientos, los elementos particulares de mi personalidad, mi carácter y mis emociones. Estos dos aspectos se combinan y se amalgaman para constituir a una persona, son el ser de esa persona. No por nada alguna persona que sufre alguna amputación no lo ve como la pérdida de algo simplemente material, sino como la carencia de algo muy importante de la integridad de su ser, lo que en algunos casos genera crisis hasta que se logra la adaptación y aceptación la nueva realidad.
Cuando vivimos, nos movemos y actuamos con todos esos elementos, que a la larga nos van definiendo, revelando esa particularidad que se tiene como individuo único, semejante a otros, si bien es cierto, pero no copias exactas.
Todos estos aspectos también afectan nuestras decisiones: no elijo el futbol porque no me gusta, no me gusta porque no soy muy bueno jugándolo, pero amo el básquet porque mis capacidades físicas me muestran que soy bueno para ese deporte. Mi apreciación, gusto y amor por el deporte, juicios de valor originados en mi parte invisible, fueron de alguna manera influidos por mis capacidades físicas. En otros casos, porque amo la adquisición de conocimientos, el aprendizaje, el análisis, la reflexión y la meditación, actividades netamente mentales y espirituales, hago uso de mis ojos para leer, observar, analizar, o abro mis labios para elevar una oración. Aquí fue lo invisible que dirigió e influyó en lo visible.
De ahí que afirmo que el ser es demasiado complejo para definirlo en unas cuantas palabras. Pero sí puedo estar seguro que está englobado dentro de la totalidad de mi persona, y es independiente de factores ajenos a mí. Es decir, el estudio no puede definir quién soy yo, pero si puede ser utilizado para revelar partes de mi yo. Venimos a este mundo para aprender, y parte de ese proceso incluye el aprender a descubrir quiénes somos.
Dentro de nuestro ser existen específicamente unos elementos a los que llamaré motores de acción: el gusto, la ambición, la concentración y el deleite. Son elementos que usa el ser para reflejarse externamente, para decir quien es por medio de las acciones. Es una manera de describirse a sí misma.
En otras palabras, a quien le gusta crear cosas nuevas con su firma personal, y tiene la ambición de que lo que haga sea lo mejor, por lo que se enfoca en realizarlo y al concluirlo se deleita en esa obra, podríamos decirle arquitecto, escultor, diseñador o escritor. Hay también los que les gusta la competición, ambicionando ser los mejores, se entregan por completo al entrenamiento de sus habilidades corporales y disfrutar después de los resultados. Las maneras que escoja cómo reflejar su individualidad se verán direccionadas por las habilidades y dones otorgados por el Señor, la fuente de todo lo bello y bueno en este mundo y en el venidero. Si este no fuera un mundo caído, la aventura sería maravillosa, nos motivaría a mejorar como personas, y podríamos admirar al otro, apreciarlo y respetarlo, sin las envidias y maldades propias de la presente oscuridad.
Obviamente, toda habilidad necesita ejercitarse, es ahí donde entra el estudio. Pero creo que ya he descrito el punto al que quiero llegar. No elijo estudiar algo para que defina quién soy yo, lo elijo porque me ayuda a mostrar quien soy yo. Descubro que, como ser, tengo gustos, ambiciones, puntos de enfoque y deleites que me impulsan a expresarme, pero también descubro que tengo que aprender a desarrollar aquello que ya tengo, por lo que logro entender que el estudio es simplemente una de las muchas herramientas que sirven para pulirme, para que aprenda a usar y desarrollar las habilidades que ya llevo intrínsecas en mi interior. La relación y convivencia con otros seres, las circunstancias adversas, el dolor y las crisis son otras herramientas para pulir y descubrir la gran cantidad de aspectos integrales que conforman mi ser.
Cuando estamos en Cristo, nuestro camino a ese descubrimiento se clarifica. Al ser unidos a la fuente, al ser uno con Él, descubrimos realmente lo nuevo que Él ha creado. En otras palabras, cuando veo a Cristo y conozco a Cristo, veo todo lo que el planeó para mí, y veo más allá: a la Nueva Creación donde Él absorberá mi ser y lo hará nuevo y me sentiré pleno y verdadero, porque recordemos, mientras estemos aquí, tendremos un ser caído, y la búsqueda de descubrir quién soy concluye cuando recibimos lo nuevo creado por Él. La búsqueda del ser por expresarse es también la búsqueda por perpetuarse, por lo que el fin de esa travesía viene cuando el ser, después de morir, recibe la nueva vida imperecedera.
Hasta ese entonces no permitas que otros te definan, sino embárcate en la aventura por descubrir todo tu ser y dejar una huella de ese ser en este mundo para la gloria de tu Creador.
Diseñador Gráfico. Teólogo amateur. Pecador salvado por gracia.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe
Somos una organización cristiana interdenominacional y sin fines de lucro que busca glorificar a Dios y edificar a la iglesia por medio de la creación de contenido digital Cristocéntrico y relevante, enfocados en problemáticas actuales, doctrina e historia. De la mano con esto, promovemos la realización de eventos y conferencias que sirvan como plataformas de comunión y discipulado para la iglesia en general.