En el post anterior consideramos todas las referencias bíblicas que mencionan a los hermanos de Jesús, sus nombres, y lo que hicieron algunos de ellos en honor al que veían, no como un simple hermano, sino como su Señor y Salvador.
Ahora nos centraremos en lo que las fuentes extrabíblicas nos dicen acerca de ellos. Pero, antes de comenzar, puede que alguien se pregunte: ¿qué importancia tiene revisar las fuentes históricas? ¿No es suficiente con lo que nos dice la Biblia?
Para estas y preguntas similares mi respuesta es la siguiente: Si bien creo firmemente en la suficiencia de las Escrituras, revisar las fuentes históricas nos demuestran que nuestra fe no es un cuento de hadas ni un relato fantástico producto de la imaginación. La nuestra es una fe firmemente arraigada en la historia y en hechos verídicos constatables. Y esto es así porque Dios es el Rey de la Historia y Dios mismo irrumpió en la Historia al hacerse Hombre y venir a este mundo para impactar y cambiar la Historia. De ahi que ver las fuentes tiene una importancia muy grande para la comprensión del origen y avance de la fe cristiana.
La muerte de Jacobo, el hermano de Jesús del cual más información se dispone, esto por el hecho de haber sido una figura muy importante para la Iglesia del primer siglo, es un hecho mencionado en varias fuentes.
El historiador judío Flavio Josefo, muy importante para la comprensión del contexto de aquella época, y que consideraba que las desgracias que cayeron sobre su pueblo se debían al rechazo del Mesías, dice lo siguiente:
“El rey privó del sumo sacerdocio a José, y lo concedió a Anán, hijo de Anán (el Anás que menciona el NT) […] El joven Anán que, como dijimos, recibió el sumo sacerdocio, era hombre de carácter severo y notable valor. Pertenecía a la secta de los saduceos que comparados con los demás judíos son inflexibles en sus puntos de vista, como antes indicamos.
Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo (el mismo que es mencionado en Hechos 25:9) había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados”. Antigüedades de los judíos, Flavio Josefo.
Con esto sabemos que Jacobo murió apedreado, aproximadamente en el año 62 D.C.. Sin embargo, aún más detallados son los datos que proporciona Eusebio de Cesarea sobre la muerte del que fue Columna de la Iglesia.
El libro de Eusebio, Historia Eclesiástica, es una joya para la comprensión de los tres primeros siglos de la historia de la Iglesia cristiana, lectura obligatoria para conocer sobre nuestro pasado cómo herederos de la fe de los apóstoles. En este libro dice lo siguiente:
“Los judíos, cuando vieron perdida la esperanza que los animó a tramar un complot contra Pablo (pues éste, al apelar al César, fue enviado por Festo a Roma), se dirigieron contra Jacobo (Santiago), el hermano del Señor, a quien los apóstoles entregaron el trono del episcopado de Jerusalén. Del modo siguiente osaron actuar contra él: Lo colocaron en el medio e intentaron hacerle negar la fe en Cristo ante todo el pueblo. Pero él, para sorpresa de todos, con una voz libre empezó a hablar con mayor seguridad de lo previsto y confesaba que nuestro Salvador y Señor Jesús es el hijo de Dios. Ya no pudieron soportar el testimonio de un hombre tan grande, el cual era considerado el más justo de todos por la altura de sabiduría y piedad que había alcanzado a lo largo de toda su vida, y lo asesinaron, aprovechando la anarquía debida a que, muerto por aquel tiempo Festo en Judea, la dirección del país quedó sin gobierno y sin control”. Historia Eclesiástica Libro 2, Eusebio de Cesarea.
Por si esto fuera poco, Eusebio cita a otro escritor llamado Hegesipo, quien a su vez proporciona un relato más puntilloso de este martirio, a la vez que describe el carácter de Jacobo:
“Jacobo, el hermano del Señor, es el sucesor, con los apóstoles, del gobierno de la iglesia. A éste todos le llaman “Justo” ya desde el tiempo del Señor y hasta nosotros, porque muchos se llamaban Jacobo […] Él entraba en el templo, donde se hallaba arrodillado y rogando por el perdón de su pueblo, de manera que se encallecían sus rodillas como las de un camello, porque siempre estaba prosternado sobre sus rodillas humillándose ante Dios y rogando por el perdón de su pueblo […] Muchos fueron los convertidos, incluso entre los principales, y por ello hubo alboroto entre los judíos, los escribas y los fariseos, y decían que el pueblo peligraba aguardando al Cristo […] De este modo los aludidos escribas y fariseos colocaron a Jacobo sobre el pináculo del templo, y estallaron a gritos diciendo: ¡Tú, el Justo!, al que todos nosotros debemos obedecer, explícanos cuál es la puerta de Jesús, pues todo el pueblo está engañado, siguiendo a Jesús el Crucificado.
Entonces él contestó con voz potente: ¿Por qué me interrogáis acerca del hijo del hombre? ¡Él está sentado a la diestra del gran poder, y pronto vendrá sobre las nubes del cielo!
Y muchos creyeron de corazón y, por el testimonio de Jacobo, alabaron diciendo: ¡Hosanna al hijo de David!; pero entonces, de nuevo los mismos escribas y fariseos comentaban: Hemos actuado erróneamente al procurar un testimonio tan grande en contra de Jesús, pero subamos y arrojemos a éste, para que se confundan y no crean en él.
Así, gritaban diciendo: ¡Oh!, ¡oh!, también el Justo anda en error […] Entonces subieron y lanzaron abajo al Justo. Luego comentaban: “Apedreemos a Jacobo el Justo”, y empezaron a apedrearlo, pues no había muerto al ser arrojado. Pero él, volviéndose, hincó las rodillas diciendo: Señor, Dios Padre, te lo suplico: perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Mientras lo apedreaban, un sacerdote de los hijos de Recab, hijo de Recabín, de los que el profeta Jeremías dio testimonio, rompió a gritar diciendo: Deteneos, ¿qué hacéis? El Justo pide por nosotros.
Y cierto hombre entre ellos, un batanero, golpeó al Justo en la cabeza con el mazo que usaba para batir las prendas, y de este modo fue martirizado Jacobo”. Historia Eclesiástica, Libro 2.
La narración de Hegesipo citada por Eusebio, es conmovedora. Nos descubre el amor que Jacobo tenía por su pueblo, su vida de oración constante y la santidad que había alcanzado en su comunión con el Señor, ganándose el apodo de “el Justo”. Hasta el último momento se mantuvo firme, declarando que Jesús, su hermano, era Señor y Mesías; hasta en sus últimos suspiros imitó a su Señor al interceder por sus verdugos. Verdaderamente, Jacobo fue un héroe de la fe.
Las Escrituras mencionan que Jesús tuvo hermanas (Mateo 13:56). El número de ellas es incierto, puesto que en el griego la expresión “πᾶς áὐτüς ὁ ἀδελφή” (pás autós jo adelfé) que se traduce como “todas sus hermanas”, puede hacer referencia a dos personas en adelante.
La tradición posterior, basándose en algunas menciones en escritos apócrifos tardíos, como el Evangelio de Felipe y el Protoevangelio de Santiago (que no está por demás aclarar que no son canónicos, y que tienen un carácter legendario más que histórico), las identificaban con los nombres de María y Salomé. Dado que estos nombres eran muy comunes en la época de Jesús, se podrían considerar como un dato muy probable.
No obstante, cabe señalar que las hermanas de Jesús reciben otros nombres en el escrito apócrifo “La Historia de José el Carpintero”, donde se las llama Asia y Lidia, aunque la certidumbre hacia estos nombres es muy débil, puesto que son de origen griego, y era muy raro encontrar nombres griegos entre los judíos de Palestina, como lo era la familia de Jesús, oriunda de Nazareth.
Eusebio, siguiendo de cerca los hechos posteriores, continua revelando lo que sucedió después de la muerte de Jacobo. La iglesia buscaba elegir al nuevo pastor que relevaría a Jacobo, y eligieron a un primo de Jesús:
“Tras el martirio de Jacobo y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Jacobo, y por unanimidad todos pensaron que Simeon, el hijo de Cleofás (a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Cleofás era hermano de José”. Historía Eclesiástica, Libro 3.
Conocemos aquí a otro miembro de la familia de Jesús que tenía buen testimonio y se lo juzgaba digno de pastorear la iglesia de Jerusalén. Aparte de esto, lo que llama la atención de esta cita es el hecho de que en el Siglo III, época en la que Constantino I dio libertad de culto a los cristianos y en la que Eusebio escribió su libro, ya se había infiltrado en la mentalidad cristiana la idea y visión de que ocupar un liderazgo en la iglesia era acceder a un “trono” eclesiástico.
No debemos creer que así lo creía Simeón o el resto de los ancianos. Es Eusebio quien, por supuesto, redacta estos hechos bajo su percepción en el siglo tercero, y designa la ocupación del oficio pastoral como el trono de la iglesia en aquella región.
Esto es algo ajeno al primitivo ideal cristiano del líder siervo transmitido por Jesús a sus apóstoles (Mateo 20:25-29), y que ellos siguieron y transmitieron a los que creyeron por la palabra de ellos (Filipenses 2). Este suceso debe recordarnos que estamos constantemente bajo el peligro de olvidarnos las bases de la fe y por lo tanto siempre debemos volver al mensaje original, siempre debemos enfocarnos en todo lo que Jesús enseñó, siempre debemos imitar lo que hizo la iglesia primitiva:
“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” Hechos 2:42.
Estamos constantemente bajo el peligro de olvidarnos las bases de la fe y por lo tanto siempre debemos volver al mensaje original, siempre debemos enfocarnos en todo lo que Jesús enseñó, siempre debemos imitar lo que hizo la iglesia primitiva.
El emperador Vespasiano, fundador de la dinastía Flavia y padre de los futuros emperadores Tito y Dominiciano, quiso eliminar a los miembros de la familia de David. Si bien no se menciona directamente a alguno familiar de Jesús, por ser ellos también parte de la familia davídica, este hecho es digno de tomarse en cuenta. Además, esto desencadenó medidas contra el pueblo judío, como indica Eusebio:
«Además de todo esto, Vespasiano, una vez que Jerusalén hubo sido tomada, ordenó que se buscara a todos los de la familia de David, para que entre los judíos no fuera dejado nadie de la familia real. Por esta razón se emprendió otra gran persecución contra los judíos». Historia Eclesiástica, Libro 3.
Dominiciano, que fue emperador durante los años 81 al 96 D.C., siendo el sucesor de su hermano el emperador Tito, quien a su vez fue el responsable de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 D.C., aproximadamente 8 años después de la muerte de Jacobo, comenzó la segunda persecución contra los cristianos, hostilidad que entró en rigor en el año mismo del inicio de su gobierno, y que solo concluyó con su muerte.
La primera de estas persecuciones ocurrió en los años 64-68 D.C. bajo el gobierno de Nerón, y en ella murieron muchos cristianos, entre ellos los apóstoles Pablo y Pedro.
Durante la persecución de Dominicano, Juan, el escritor del Apocalipsis, fue desterrado a la isla de Patmos, y algunos cristianos romanos sufrieron la muerte condenados por “ateísmo”, es decir, por no adorar los dioses del imperio ni al emperador.
Es importante mencionar que el emperador tenía especial interés en erradicar a cualquiera que fuese descendiente de David, siguiendo la política de su padre, Vespasiano. He aquí lo que nos relata Eusebio:
“Domiciano también ordenó aniquilar a los de la familia de David, y, según una antigua tradición, ciertos herejes acusaban a los descendientes de Judas (el cual era hermano, según la carne, del Salvador) por ser de la familia de David y estar emparentados con el mismo Cristo. Esto expone Hegesipo con las siguientes palabras:
Todavía se hallaban con vida, de la familia del Señor, los nietos de Judas (llamado su hermano según la carne). A éstos delataron porque eran de la familia de David. El evocato los llevó ante el césar Domiciano, pues, como Herodes, también tenía miedo de la venida de Cristo.
Les preguntó si eran descendientes de David y ellos lo confesaron. Luego les preguntó acerca del número de sus bienes o cuánto dinero poseían, pero ellos dijeron que entre ambos sólo sumaban nueve mil denarios, la mitad cada uno; y persistían en decir que ni siquiera esto tenían en metálico, sino que se trataba de la tasación de sólo treinta y nueve pletros de tierra, por la que pagaban impuestos y que trabajaban ellos mismos para su subsistencia.
A continuación mostraron sus manos, y ofrecieron como testimonio de su trabajo personal su fortaleza física y los callos que les habían salido en sus propias manos por la obra ininterrumpida.
Interrogados sobre Cristo y su reino, qué tipo de reino era, dónde y cuándo aparecería, explicaron que no se trataba de un reino de este mundo o de esta tierra, sino celestial y angélico y que ha de tener lugar en el final de los tiempos. Porque viniendo en gloria juzgará a vivos y muertos y pagará a cada uno según sus obras.
Observando todo esto, Domiciano nada les reprochó, sino que incluso los menospreció como a gente vulgar y, dejándolos en libertad, puso fin a la persecución de la Iglesia mediante un decreto. Los que habían sido liberados dirigieron las iglesias por haber testificado y por pertenecer a la familia del Señor, y habiendo llegado la paz, vivieron hasta Trajano”. Historia Eclesiástica, Libro 3.
El emperador despreció a estos cristianos descendientes de David, llamados Zoker y Jacob según algunas fuentes. Por considerarlos campesinos insignificantes, los dejó partir en libertad.
La información que Eusebio arroja sobre estos sobrino nietos de Jesús es curiosa. Eran líderes en la iglesia, predicaban el Evangelio, y vivían vidas sencillas, trabajando la tierra con sus manos, sin opulencias ni haciendo abuso del hecho de haber sido parientes cercanos del Mesías.
Esto nos indica mucho hasta qué punto la influencia del Salvador había impactado no solo a sus hermanos de sangre, sino a las siguientes generaciones de su familia y parientes. Ellos no se consideraban miembros especiales, sino parte del mismo cuerpo, la Iglesia, y servían y testificaban con sus vidas y ejemplo, sin importar el desprecio que podrían dar a los ojos del emperador de Roma. Esta sencillez los salvó del martirio.
Simeón, hijo de Cleofás, quien a su vez fue hermano de José, había sido elegido como sucesor de Jacobo en el liderazgo de la iglesia en Jerusalén, como vimos anteriormente. Este pastor fue martirizado en la época del césar Trajano. Fue emperador durante los años 98-117 D.C., y bajo su mandato aconteció la tercera de las grandes persecuciones contra los seguidores de Jesús entre los años 109-111 D.C.
De la muerte de Simeón, Eusebio nos declara lo siguiente:
«Una tradición sostiene que, en el tiempo del emperador cuya época estamos estudiando, después de Nerón y Domiciano, resurgió en ciertas partes y en las ciudades una nueva persecución contra nosotros por causa de las revueltas del pueblo. En ésta, Simeón, el hijo de Cleofás, el cual ya indicamos que fue el segundo en ser instituido obispo de la iglesia de Jerusalén, murió martirizado según nos hemos enterado. De esto es testigo aquel Hegesipo que ya hemos citado en diversas ocasiones. Añade que, claramente en ese mismo tiempo, Simeón sufrió una acusación y que fue atormentado por muchos días, y de muchos modos diferentes, hasta que, dejando consternado al mismo juez y a los suyos, alcanzó una muerte parecida a la Pasión del Señor. Pero no hay nada como escuchar al propio autor, que refiere textualmente lo que sigue: Por esto, claramente algunos herejes acusan a Simeón, hijo de Cleofás, a causa de ser descendiente de David y cristiano, y de este modo sufre el martirio a los ciento veinte años de edad, en tiempos del emperador Trajano y del gobernador Ático». Historia Eclesiástica, Libro 3.
Como tristemente podemos contemplar, el destino de muchos de los parientes de Jesús fue una muerte cruel. Este primo de Jesús murió crucificado, siendo ya anciano, a semejanza de su Señor. Aunque estos martirios puedan generarnos pesar, no debemos olvidar lo que nos dice el autor de Hebreos:
“…mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección”. Hebreos 11:35b.
Ellos entregaron sus vidas sabiendo que nada era en vano.
Este es el último pariente de Jesús de quien se tiene registro histórico. Su muerte se produjo aproximadamente en el año 250 D.C., bajo la persecución del emperador Decio que se sitúa entre los años 249-251 D.C.
Lo que podemos saber de él según las fuentes es que era oriundo de Nazareth de Galilea, pero trabajaba en la ciudad de Mandona como jardinero de la hacienda imperial romana, viviendo así lejos de su tierra natal. Fue juzgado y martirizado en Magydos, ciudad de Panfilia (región en la cual el apóstol Pablo había desarrollado buena parte de su ministerio), por negarse a sacrificar a los dioses romanos.
La historia de su condena pueden encontrarse en las actas de su martirio. En este texto podemos leer lo siguiente, cuando respondía a sus jueces acerca de su procedencia y linage:
“Soy de la ciudad de Nazaret en Galilea, miembro de la familia de Cristo, cuyo culto he heredado de mis antepasados”. Martirio de Conon.
Richard Bauckham, teólogo inglés anglicano, erudito especializado en las áreas de teología, teología histórica y del Nuevo Testamento, comenta lo siguiente al respecto de esta cita:
“Tal vez se trate de una referencia metafórica a sus orígenes espirituales como cristiano, pero parece más plausible leerlo como una afirmación literal de relación familiar natural con Jesús. Si es así, puede haber un vínculo indirecto con las pruebas arqueológicas de Nazaret. En la entrada de una de las cuevas bajo la iglesia de la Anunciación, un mosaico del siglo IV lleva la inscripción: «Regalo de Conon, diácono de Jerusalén». Tal vez, como pensaron los excavadores franciscanos, la cueva estaba dedicada al culto deConon el mártir de Nazaret, y el cristiano gentil diácono de Jerusalén dedicó el mosaico en reverencia a su famoso tocayo, quien era conmemorado en aquel sitio”. The Relatives of Jesus.
Al igual que sus ancestros, este último pariente de Jesús selló su testimonio con sangre:
“Cuando lo llevaron a juicio, confesó su fe con firmeza y sin vacilar. Los torturadores le clavaron clavos en los pies y lo arrastraron detrás de un carro hasta que el enfermo se desplomó de agotamiento. Con una oración, entregó su espíritu al Señor”. Festividades y Santos, Gheorghe Anghel.
Así murió el último descendiente de la familia de Jesús del que tenemos noticias. Después de él, no se tienen más datos ni información de otros parientes lejanos del Mesías.
Todas estas crudas y valientes historias me llevan a reflexionar lo siguiente. Si hay algo que impulsaba a los cristianos de antaño, incluyendo a los hermanos y parientes de Jesús, es que verdaderamente creían en Jesucristo como Mesías, y estaban plenamente convencidos de la veracidad de las enseñanzas y promesas del Señor. Eso los llevó a enfrentarse a las torturas y hacer cara a la muerte con valor y honor, como verdaderos hombres de Dios con los pantalones bien puestos y una confianza inamovible en Cristo. Esto es algo que sin duda necesitamos meditar e imitar.
Si hay algo que impulsaba a los cristianos de antaño, incluyendo a los hermanos y parientes de Jesús, es que verdaderamente creían en Jesucristo como Mesías, y estaban plenamente convencidos de la veracidad de las enseñanzas y promesas del Señor. Eso los llevó a enfrentarse a las torturas y hacer cara a la muerte con valor y honor, como verdaderos hombres de Dios.
Diseñador Gráfico, teólogo amateur y escritor. Pecador salvado por gracia.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe. Apasionado por la teología, la poesía y los libros de fantasía.
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