La batalla espiritual es un tema que polariza a la mayor parte del pueblo evangélico en dos extremos, uno de ellos ha hecho uso y abuso del término, mientras que el otro niega rotundamente su existencia. Sin embargo, esta es una realidad que los misioneros obligatoriamente han tenido que experimentar, transformando sus concepciones al respecto. Aquellos provenientes del primer caso han tenido que chocar con la dura realidad de que muchos de sus “conocimientos y prácticas” no parecen “encajar o funcionar” dentro de sus nuevas realidades, y quienes negaban su existencia se han visto forzados a enfrentar una realidad totalmente desconocida a la que no saben cómo encarar.
Pertenezco a esa ola misionera que Dios levantó durante las décadas del 80 y 90, aquellos que no gozaron de mucha capacitación y que en gran parte nos tocó ser pioneros, hoy esta generación tiene un número considerable de obreros que han vuelto a sus países y familias por distintas razones. Hemos regresado con un cúmulo de experiencias invaluables, con cicatrices en el alma que nos recuerdan errores, falencias y pecados, pero, sobre todo, marcas por las batallas vividas, por medio de las cuales conocimos mucho mejor a nuestro Señor. Hemos estado en escaramuzas espirituales que nos mostraron de cerca la furia de Satanás y que nos permitieron ver la gloria de Dios. Muchos de nosotros, después de dichas batallas, experimentamos que Dios nos desencajara el muslo como lo hizo a Jacob y jamás caminamos de la misma forma.
Es común escuchar el testimonio de hermanos que sufrieron, de manera repentina e inexplicable, enfermedades extrañas, también situaciones que cualquiera denominaría como locura, cambios fuertes de humor sin ninguna razón, pesadillas terroríficas, sonidos extraños y la lista continúa. Estas circunstancias se tornan comunes en la vida de los misioneros y sus familias, con todo lo que ello implica, agregando peso extra a los siervos, quienes tienen que averiguar por sus propios medios cómo lidiar con esta nueva realidad.
Con el peso de la experiencia creo firmemente que hoy más que nunca debemos hablar este tema en una forma equilibrada, bien fundamentada en las Escrituras y con una visión Cristocéntrica. Hoy vemos cómo la realidad demoniaca ha invadido nuestra cotidianidad. En la actualidad, los niños y jóvenes ven, juegan y hasta interactúan con demonios como si fuera lo más natural, mientras que gran parte de la iglesia insiste en vivir en negación o, en el mejor de los casos, con metodologías desfasadas de 20 a 30 años atrás.
Aquellos que hemos aprendido en el fragor de la lucha somos quienes están llamados a instruir a las nuevas generaciones.
Necesitamos profundizar nuestra vida de oración, la meditación de la Palabra y enseñar de una forma contextualizada a estos tiempos. Debemos tomar en cuenta las realidades del mundo espiritual y como en Cristo Jesús gozamos de salvación, liberación y victoria. Nuestros jóvenes están sedientos por conocer al Gran YHVH SABAOT, y aquellos que hemos aprendido en el fragor de la lucha somos quienes están llamados a instruir a estas nuevas generaciones. Los siervos que han vivido de cerca los horrores de la magia, el acoso de los hechiceros y las batallas en lugares pesados y saturados por la actividad demoniaca, personas que vieron conversiones de ocultistas, restauración de familias, transformación de ciudades y victorias gloriosas, son quienes están llamados a transmitir a quienes hoy les toca ir al frente, lo que el Señor les enseñó. Es mi oración que esos siervos sean llenos de sabiduría para hacerlo como es debido.
“Que el Cordero de Dios reciba el precio de su sacrificio”.
Coord. Certificado Islam
ProMETA
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