Es común que ante una delicada situación nacional, muchos cristianos se hagan varias preguntas: ¿Cuál es la voluntad de Dios en cuanto a nuestra participación civil en la nación? ¿Qué debemos hacer con lo que está pasando en el país?
Estas son preguntas sinceras porque demuestran que verdaderamente estos creyentes quieren hacer lo que agrada a Dios y están preocupados por cómo ser fieles a Él, y cumplir también sus deberes civiles para con su país. Lo bueno es que el Señor nos ha dejado su Palabra, la cual nos enseña en qué debemos creer y cómo debemos comportarnos. En base a ella es que veremos qué principios y mandatos nos da para ser fieles a Él siendo buenos ciudadanos, y a la vez ver de qué maneras podemos ejercer nuestros derechos democráticos.
Antes, quisiera que veamos que los sistemas de gobierno registrados en las Escrituras son diferentes a la democracia. Tenemos la teocracia del Antiguo Testamento, y el gobierno imperial romano en el Nuevo Testamento. Por ello, algunas acciones que vemos en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, no pueden ser aplicadas llana y abiertamente.
Pongo un ejemplo: “Debemos protestar porque en el Antiguo Testamento los profetas protestaban contra los reyes”. Sin embargo, esta idea no es correcta porque no toma en cuenta el contexto de la teocracia israelita. En la sociedad teocrática del Israel del Antiguo Testamento, los profetas eran la autoridad espiritual designada por el Señor mismo en su Constitución, La Ley, para reprender al pueblo y a sus reyes cuando la brújula moral de la nación se desviaba del Dios Único, lo que desembocaba en injusticia, maldad y crisis social. El profeta anunciaba el juicio divino sobre esa sociedad si no se arrepentía y se rectificaba de su actuar.
Es de esta forma como también tenemos que ver el actuar de Juan el Bautista y del mismo Jesucristo cuando reprendieron a los líderes judíos en el Israel del Nuevo Testamento, lo hacían como profetas que reprendían a la nación de tener corazones apartados del Señor y su Ley.
Esto no puede aplicarse a nosotros, porque no somos una sociedad teocrática (gobierno de Dios) sino una democrática (gobierno del pueblo), no es Dios la autoridad reconocida final y absoluta sino el pueblo por medio de una Constitución o contrato social, donde este pueblo, mediante elecciones democráticas, acuerda darle el poder, limitado por esa Constitución, a una persona, el presidente, para gobernarlos.
Por ello, no podemos ser “profetas” en este sentido, porque las leyes y principios cristianos solo aplican a los cristianos, y esta no es una sociedad cristiana ni una teocracia, así que el ejemplo de los creyentes y profetas del Antiguo Testamento no puede ser una medida de acción aplicable a una situación actual.
Muy diferente es el actuar del cristiano en el gobierno imperial romano del Nuevo Testamento. Los cristianos nunca protestaron contra ningún centurión, tribuno, gobernador, ni mucho menos contra el emperador. Y esto era claro pues las leyes romanas, si bien son un ejemplo de jurisprudencia secular, prohibían claramente toda objeción contra la política imperial del César. Hablar mal del César era sedición. Y la sedición se pagaba con muerte por crucifixión.
Esto no significa que los cristianos acataban sin objeción todas las leyes romanas. Obedecían plenamente las leyes que no contradecían la fe, pero se negaban a obedecer las que iban en contra, como, por ejemplo, la que consistía en adorar al emperador y a los dioses romanos.
Sin embargo, ellos nunca fueron ante el palacio del emperador para que abrogue esa ley, porque sabían que vivían en una sociedad pagana, y que debían ser buenos y ejemplares ciudadanos cristianos en medio de una sociedad pagana, lo que implicaba no obedecer las leyes que atentaban al Evangelio, pero sí ser intachables con respecto a las demás leyes de carácter social, judicial y civil. Ellos pagaban sus impuestos, se sujetaban a las autoridades, daban honra a los que los gobernaban y también oraban por ellos.
En pocas palabras, los cristianos eran los mejores ciudadanos con los que contaba el Imperio Romano. Pero por no adorar al emperador y rehusarse a vivir de acuerdo a los patrones helénicos y latinos, fueron perseguidos y condenados por su fe, y ellos lo soportaban fieles y felices de padecer por su Señor, porque sabían que vivir una vida para Cristo tarde o temprano podría costarles la vida. Y ellos estaban dispuestos a dar su vida con gozo.
Empero, esta acción tampoco puede ser aplicada en su totalidad en un contexto más actual, al menos en Occidente. No existe un régimen imperial sino, en la mayoría de los casos, un gobierno democrático con leyes democráticas y reglamentaciones internacionales que promueven y obligan la implementación y respeto de deberes y derechos democráticos.
Ahora, teniendo en cuenta el contexto histórico bíblico y estás aclaraciones, veamos los principios claros que nos deja la Escritura para ser buenos ciudadanos y que debemos aplicar en nuestras vidas:
“Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por… los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad”. 1 Timoteo 2:1,2.
El Señor, por medio de Pablo, exhorta a los creyentes a que rueguen, oren, pidan y agradezcan por sus autoridades. Y esto con un objetivo: para que los creyentes puedan vivir en paz, desarrollen su vida cristiana íntegra en tranquilidad y cumplan sus deberes cristianos sin el estorbo de la persecución o el conflicto social. En el versículo 3 y 4 de este mismo capítulo Pablo incluso apunta a incluir en las oraciones la salvación de nuestras autoridades.
Nerón, el peor y más cruel emperador romano de la historia, era quien gobernaba cuando Pablo escribió esta carta. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Estamos orando por nuestros presidentes y sus séquitos, aunque sean los peores gobiernos de la historia de nuestros países? Si no podemos orar por un presidente, eso significa que le tenemos odio, rencor o enojo; en pocas palabras, lo vemos como un enemigo social. La Escritura nos manda orar por nuestros enemigos, bendecir a los que nos calumnian y nos persiguen, es decir, demostrar amor al enemigo. No hay mejor demostración de amor que orar por una autoridad, para que el Señor lo salve y/o lo incline a gobernar de manera justa.
El Señor puede llevar a cualquier hombre a hacer lo que Él quiere: “Como aguas que se reparten es el corazón del rey en la mano de Jehová: él lo inclina hacia todo lo que quiere”. Proverbios 21:1.
“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey”. 1 Pedro 2:17.
El Señor nos insta en su Palabra a respetar y honrar a todas las personas. Esto incluye a nuestras autoridades. No pone un límite, o alguna excusa para no hacerlo. No dice: “Si esta es una autoridad mala, no la honres ni la respetes”. Es deber y fruto del creyente el ser respetuosos con todas las personas. Es inconcebible que un cristiano insulte o maldiga o agreda verbalmente a otro ser humano. Maldecir es decir o hablar mal de otra persona.
“Con ella [la lengua] bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”. Santiago 3:9-10.
Repito lo que dice Santiago: Esto no debe ser así. Insultos hacia la madre de un presidente, hacia el presidente o hacia cualquiera de su gabinete y gobierno, o cualquier acción que implique una falta de respeto a alguien que fue creado a imagen de Dios, es algo que un cristiano jamás debe hacer. Esto nos diferencia de las personas que no son cristianas, y le muestra al mundo el Señor al cual servimos y amamos.
“Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra”. Romanos 13:7.
Ya hemos mencionado el tema del respeto y la honra. Lo que aquí nos indica es que paguemos nuestras obligaciones tributarias e impositivas. Un creyente, como obligación civil, debe ser cumplido con sus impuestos y tributos al Estado. Un creyente debe ser ejemplar en este aspecto. Un creyente debe darle a César lo que es de César, y darle a Dios lo que es de Dios. A mi parecer, no se puede reclamar derechos sin también cumplir deberes. Ninguna crisis social o civil nos exime de seguir cumpliendo nuestros deberes civiles. Si las autoridades son corruptas, Dios las juzgará y condenará, pero nuestra obligación es delante de Él, no de los hombres, y si ser un buen creyente implica que pague mis impuestos, entonces debo pagarlos con gozo.
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia”. Romanos 13:1-5.
Este, sin duda alguna, es el pasaje más extenso del Nuevo Testamento que habla sobre las obligaciones civiles de un cristiano. Debemos obedecer a las autoridades y sujetarnos a las leyes de un estado porque Dios ha permitido que estas estén sobre nosotros. Las leyes y las autoridades van de la mano. Dios ha puesto a las autoridades y a las leyes para regular la conducta humana y castigar a los que viven y actúan en oposición abierta contra el prójimo y la sociedad. Dios ha permitido la existencia de las autoridades por causa del orden, protección y bienestar social. Es más, las autoridades son, incluso sin saberlo, personas al servicio de Dios.
Estos versículos dicen que las autoridades que están sobre nosotros han sido establecidas por el Señor. ¿Qué significa esto? Que si Lula, Arce, Petro, Boric, Bukele y hasta Maduro están en el poder es porque, en última instancia, Dios ha querido que eso suceda, Dios lo ha establecido de esa manera.
Estas autoridades son servidores bajo el control del Dios Soberano. Esto implica entonces que debemos sujetarnos a un presidente, y al resto de las autoridades. Puede ser que incluso tales gobernantes sean juicio o prueba de Dios para sus naciones. Y eso es tema para otro artículo. Lo que sí es claro es que un cristiano obedece a la autoridad.
Es deber y fruto del creyente el ser respetuosos con todas las personas. Es inconcebible que un cristiano insulte o maldiga o agreda verbalmente a otro ser humano.
Sin embargo, aquí hay un aspecto a considerar. En una sociedad democrática, o que al menos dice serlo (como es el caso de muchas dictaduras de nuestra región), por encima del presidente, está la Constitución Política del Estado y las leyes estatales. Es decir, la autoridad suprema de la nación es su Constitución Política, y el presidente es el designado por el pueblo para hacer cumplir y aplicar esa constitución.
Es decir, que antes de sujetarnos a un presidente, le debemos sujeción a la Constitución y al sistema de gobierno de la nación, la democracia. También implica que un presidente debe escuchar y tomar en consideración al pueblo al cual representa, siempre y cuando esto no contradiga la Constitución, la cual es la norma objetiva de gobierno de cualquier Estado.
Y aquí tenemos un punto. Las leyes nacionales, y las internacionales, consideran un derecho y un deber del ciudadano el defender la democracia, la Constitución y las leyes si estas son agredidas, desobedecidas o manoseadas por las autoridades elegidas que están obligadas a sujetarse a ellas.
Este derecho y deber no está en oposición a las Escrituras. Si la Escritura nos conmina a sujetarnos a las leyes humanas, es nuestro deber como creyentes hacerlo. Es nuestra obligación civil el defender la democracia y la Constitución si las autoridades se han propuesto a manipularlas como si fueran un juego de ajedrez. A esto se le llama Desobediencia Civil, el derecho democrático del ciudadano a no acatar al gobierno si procede de manera tal que quite o limite las libertades democráticas universales y constitucionales, afectando de esta manera el orden social.
Uno de los medios establecidos para la Desobediencia Civil, y que tampoco está en contra de las Escrituras, es la manifestación pública, pacífica y no violenta activa o participativa. Una de las protestas pacíficas, o resistencia civil no-violenta activa, que más influenció en el mundo, fue la dirigida por cristianos en contra de la segregación racial en los Estados Unidos, capitaneada por el pastor Martin Luther King, y yo creo que tenemos mucho que aprender de este héroe cristiano democrático para poder expresar y ejercer de manera correcta nuestro rol civil fiscalizador de nuestros gobiernos, parte esencial en el sistema democrático.
A manera de ejemplo de este rol civil fiscalizador: Así como cumplimos con la obligación de pagar impuestos, también tenemos el derecho de exigir que esos impuestos sean bien aprovechados para el pueblo, y que haya rendición de cuentas de lo que se hace con el dinero recaudado.
Con todo esto, como cristianos, queda claro lo que debemos hacer: Debemos orar por nuestras autoridades, debemos honrar y respetar a nuestras autoridades, debemos pagar nuestros impuestos y debemos sujetarnos a nuestras autoridades y a nuestras leyes. Y si se dan abusos por parte de la autoridad, debemos manifestar nuestra oposición en Desobediencia Civil pacífica sin violar estos cuatro principios, siendo propositivos a partir de nuestros dones dados por Dios, no simplemente expresando críticas y ser agentes de desorden.
En lo personal, si no he participado en manifestaciones, es porque en todas se incluyen elementos de insulto, jocosidad y agresión verbal, lo que evidencia poca objetividad en el reclamo, y no podría participar de algo así precisamente por mis convicciones cristianas.
Lo que sí podemos, como Cuerpo de Cristo, de manera individual y corporativa, es cumplir con estos cuatro principios y planificar un amplio abanico de opciones para manifestar y a la vez ser de ejemplo en nuestra sociedad. De manera particular, orar, vivir cristianamente y cumplir nuestros deberes civiles, y, como dijo un amigo cercano, “hacer bien de acuerdo a los dones que Dios nos dio, pero hacerlo en forma de protesta constructiva. Eso quiere decir, los artistas hacer arte, los panaderos pan a precio justo y con insumos saludables, los pensadores generar pensamiento y discurso”.
De manera corporativa, marchas mientras se recita la Escritura, reuniones masivas de oración, discursos que expresen la opinión de Dios con respecto a la realidad nacional, conciertos espontáneos con canciones que traigan esperanza y hablen del Señor, y haciendo obras prácticas de bienestar social que sean un medio para llevar el Evangelio.
Pero recordemos que no podemos pensar en realizar algo masivo y corporativo sin primero hacer lo que nos compete como individuos, porque lo masivo es sustentado, respaldado y vindicado por lo individual. Es decir, lo que nos da autoridad y veracidad en lo corporativo es nuestra fidelidad e integridad en lo particular. Si somos fieles en lo poco, lo seremos en lo mucho.
Yo creo que el Señor y las Escrituras pueden cambiar nuestra sociedad. Empecemos aplicando la Biblia a nuestra vida para que el Señor nos cambie para ser luz en este mundo que cada vez estará más oscuro.
No nos olvidemos el mandato del Señor:
“Y trabajen por la paz y prosperidad de la ciudad donde los envié al destierro. Pidan al Señor por la ciudad, porque del bienestar de la ciudad dependerá el bienestar de ustedes”. Jeremías 29:7.
Termino haciendo referencia a lo que indicaba la Confesión de Augsburg con respecto al papel de la iglesia en el ámbito político y civil:
Respecto al Estado y al gobierno civil se enseña que toda autoridad en el mundo, todo gobierno y las leyes fueron creadas e instituidas por Dios para el buen orden. Se enseña que los Cristianos, sin incurrir en pecado, pueden tomar parte en el gobierno y en el oficio de príncipes y jueces; asimismo, decidir y sentenciar según las leyes imperiales y otras leyes vigentes, castigar con la espada a los malhechores, tomar parte en guerras justas, prestar servicio militar, comprar y vender, prestar juramento cuando se exija, tener propiedad, contraer matrimonio, etc.
…
Se condena también a aquellos que enseñan que la perfección Cristiana consiste en abandonar corporalmente casa y hogar, esposa e hijos y prescindir de las cosas ya mencionadas. Al contrario, la verdadera perfección consiste sólo en genuino temor a Dios y auténtica fe en él. El Evangelio no enseña una justicia externa ni temporal, sino un ser y justicia interiores y eternos del corazón. El Evangelio no destruye el gobierno secular, el estado y el matrimonio. Al contrario, su intento es que todo esto se considere como verdadero orden divino y que cada uno, de acuerdo con su vocación, manifieste en estos estados el amor cristiano y verdaderas obras buenas. Por consiguiente, los Cristianos están obligados a someterse a la autoridad civil y obedecer sus mandamientos y leyes en todo lo que pueda hacerse sin pecado. Pero si el mandato de la autoridad civil no puede acatarse sin pecado, se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. (Hechos 5: 29).
Que Dios nos bendiga y nos provea de su sabiduría para ser lumbreras en nuestras naciones.
Diseñador Gráfico. Teólogo amateur. Pecador salvado por gracia y en constante proceso de transformación. Súbdito del Rey, discípulo del Maestro, siervo del Señor. Ama bendecir al cuerpo de Cristo por medio de la escritura reflexiva, devocional y la poesía.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe
Somos una organización cristiana interdenominacional y sin fines de lucro que busca glorificar a Dios y edificar a la iglesia por medio de la creación de contenido digital Cristocéntrico y relevante, enfocados en problemáticas actuales, doctrina e historia. De la mano con esto, promovemos la realización de eventos y conferencias que sirvan como plataformas de comunión y discipulado para la iglesia en general.
2 Comentarios
Gran Análisis y mensaje
Gracias por este mensaje querido Benjamin
Doy gracias a Dios por tu vida, por que nuestro papá te esta usando, como un comunicador de la palabra.
Y ahora tengo una nueva perspectiva, de como actuar. Como cristianos sobre esta situación.
Te quiero mucho, hermano
Cuidate
Bendiciones para tu familia
Muchas gracias por el apoyo querido. Gloria al Señor, me anima mucho. Deseo que la gracia del Señor este llenando tu vida a cada momento. Te quiero mucho, te mando un abrazo. Dios te bendiga.
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pzsqip
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85go7y
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jmicig
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