Alegría, integridad y alabanza II

Es muy importante comprender que solo una vida recta puede ser el contexto de la verdadera adoración que el Señor busca.

POR BENJAMIN A. FIGUEROA

01/06/2022

“Alegraos, oh justos, en Jehová; En los íntegros es hermosa la alabanza” Salmo 33:1

Tenemos la bendita oportunidad de continuar analizando este verso ante lo cual estoy muy agradecido. No nos olvidemos que estas palabras contienen tanto una promesa como una advertencia para el pueblo del Señor y es necesario que cada uno de nosotros esté atento a lo que “el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7). Procuremos ser obedientes y gozosos en nuestra sumisión al Señor y su Palabra.

Como en la primera parte, también en esta seguiremos el mismo método sencillo de análisis que espero sea de bendición para ustedes, mis amados lectores.

En los íntegros. Estas palabras tienen una inmensa relación con las anteriores porque son su consecuencia y proyección. Así como vimos que en Cristo somos declarados justos, esa obra nos lleva a una vida de justicia práctica. La palabra hebrea utilizada aquí es “yashar” que significa recto, justo, bueno, pero la connotación que se le da a este término tiene que ver con las acciones, mientras que “tsaddiyq” se refería a la persona como tal. ¿Pueden ver esta gran verdad? ¡Oh, cristiano, el Señor no solo te ha hecho justo delante de sus ojos, sino que también hará que se vea esa justicia en cada aspecto de tu vida! 

A veces creemos que somos salvos pero nuestra vida sigue siendo exactamente igual a como era antes de conocer a Cristo. Esto es algo que no existe en las Escrituras y entre los verdaderos hijos del Señor. No nos engañemos. No podemos pensar que somos “tsaddiyq” ante los ojos del Señor si en nuestra vida no se ve reflejado el “yashar”. 

Algunos dirán: “Este escrito no es de mi gusto, ahora te estás comportando como un fariseo que juzga a los hombres”. Créanme, los amo demasiado como para hacerlo. Ser fiel al Señor y sincero con ustedes no es sinónimo de fariseísmo. Recuerda lo que dice el proverbio: “Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece” (Proverbios 27:6). Prefiero decir palabras duras para el bienestar y la reflexión de sus almas, que dichos suaves que ayudarán en su condenación. 

¿No dicen las Escrituras: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17)? ¿Puede acaso lo nuevo ser exactamente igual a lo viejo? ¿Puede alguien que ha sido hecho nuevo tener los mismos deseos y acciones que tenía antes? Sabemos que la respuesta es un rotundo y definitivo no. Nuevamente repito: no nos engañemos, el Señor hace una obra completa la cual se va perfeccionando con el paso de los años. Las Escrituras nos muestran que el Señor no solo nos salva por gracia, sino que también preparó buenas obras para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:8-9). El apóstol Juan declara: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6). 

A veces creemos que somos salvos pero nuestra vida sigue siendo exactamente igual a como era antes de conocer a Cristo. Esto es algo que no existe en las Escrituras y entre los verdaderos hijos del Señor. No nos engañemos. No podemos pensar que somos “tsaddiyq” ante los ojos del Señor si en nuestra vida no se ve reflejado el “yashar”.

Esto no significa que no seamos débiles o que nunca tengamos caídas, pero sí quiere decir que desde el momento en que somos declarados justos, cada día, poco a poco, nuestra vida va cambiando y avanzando siempre hacia arriba, hacia la voluntad del Señor. Tal vez el proceso sea lento en algunos, pero lo que sí se verá es que el cambio está aconteciendo. Recordemos que “… Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva.” (Filipenses 1:6). Es cierto que habrá ocasiones en que fallaremos, pero “… siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Proverbios 24:16), y esto es porque “… la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).

Amado amigo, si tú te llamas cristiano y te has dado cuenta de que tu vida es exactamente igual a la que tenías antes de ser cristiano, todavía estás a tiempo. Recuerda la exhortación de Pablo: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.” (2 Corintios 13:5). Analiza tu vida y arrepiéntete, ampárate bajo la sombra del misericordioso Salvador y ten presente lo que Él ha dicho: “al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37). Si buscas refugio en sus heridas, consuelo en su amor y ayuda en sus fuerzas, Él te sostendrá y verás el fruto de su obra en tu vida pues verdaderamente cambiará. Te animo a que obedezcas el consejo y halles consuelo en la promesa: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).

Debo advertirte, con toda sinceridad y amor, que sin santidad nadie verá a Dios (Hebreos 12:14). Así que corre presurosamente a Aquel que hace santos a los pecadores arrepentidos. Solamente en Cristo y en su obra continua y poderosa podrás llegar a ser justo e integro.

… es hermosa la alabanza. Analizaremos ambas palabras juntas porque es imposible separarlas debido a que se complementan mutuamente. El término hebreo es “‘nav”, significa apropiado, hermoso, codiciable, conveniente y desear. ¿Qué es lo que el Señor considera hermoso? ¿Qué es lo que le agrada? ¿Qué es lo que Él considera conveniente y apropiado? ¿Qué es lo que más desea? La alabanza de los íntegros. La alabanza de aquellos que han sido declarados justos y que viven una vida de justicia práctica. El vocablo hebreo para alabanza es “t-hillah” que significa: gloria, alabanza, canción de loor, acciones loables.

Vivimos en tiempos en los que la alabanza ha sido reducida a una demostración y experimentación de sentimientos y emociones. Los hombres lloran, gritan, aplauden, se alegran y se postran en los atrios de sus iglesias, pero una vez concluido el culto al santo y grandioso Jehová se ponen a hablar y a hacer cosas que solamente deberían verse en los mundanos e impíos. Otros concluyen su “adoración” como una acción más de sus actos religiosos, para así continuar con su rutina que no toma en cuenta la voluntad del Señor. Las Escrituras dan testimonio del gran odio de Dios por la alabanza de aquellos que dicen pertenecerle pero que con sus vidas lo deshonran. Veamos lo que dice la Palabra del Señor al respecto:

Escuchen al SEÑOR, líderes de Sodoma. Escuchen la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra.

¿Qué les hace pensar que yo deseo sus sacrificios? —Dice el SEÑOR—. Estoy harto de sus ofrendas quemadas de carneros y de la grasa del ganado engordado. No me agrada la sangre de los toros ni de los corderos ni de las cabras.

Cuando vienen a adorarme, ¿quién les pidió que desfilaran por mis atrios con toda esa ceremonia? Dejen de traerme sus regalos sin sentido. ¡El incienso de sus ofrendas me da asco! En cuanto a sus celebraciones de luna nueva, del día de descanso y de sus días especiales de ayuno, todos son pecaminosos y falsos. ¡No quiero más de sus piadosas reuniones! 

Odio sus celebraciones de luna nueva y sus festivales anuales; son una carga para mí. ¡No los soporto! Cuando levanten las manos para orar, no miraré; aunque hagan muchas oraciones, no escucharé, porque tienen las manos cubiertas con la sangre de víctimas inocentes. ¡Lávense y queden limpios! Quiten sus pecados de mi vista. Abandonen sus caminos malvados. Aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia y ayuden a los oprimidos. Defiendan la causa de los huérfanos y luchen por los derechos de las viudas” (Isaías 1:10-17).

Esta reprensión va dirigida al pueblo de Israel, en tiempos en los que la vida religiosa del país se encontraba relativamente bien. Se cumplían los sacrificios a cabalidad, se celebraban las ceremonias y se alababa al Señor. Pero Dios odiaba todo lo que hacían porque la alabanza venía de vidas hipócritas y pecadoras. Algunos vivían vidas que para el común de los mortales era santa, pero el Señor, que escudriña los corazones, no veía otra cosa que falsedad y orgullo. Otros vivían vidas abierta o secretamente en pecado, pero con ir al templo y dar algún sacrificio pensaban que quedaban sin culpa. No había ningún sacerdote, ningún levita, ningún juez o profeta que denunciase la gran ofensa ante los ojos santos del Señor (“Muy limpio eres de ojos para ver el mal” Habacuc 1:13). Y es por eso que el Santo pronuncia aquellas palabras. 

¡Qué semejante es la realidad de esa nación pecadora con la de las congregaciones cristianas de hoy! Gente que se dice cristiana y con sus hechos lo único que le dicen al mundo es: ¡Dios no existe! 

Es doloroso este estado de las cosas. El Señor seguía diciendo por medio del profeta: “Este pueblo dice que me pertenece; me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. Y la adoración que me dirige no es más que reglas humanas, aprendidas de memoria” (Isaías 29:13) Hemos aprendido que en las canciones más alegres debemos saltar y aplaudir y en las más suaves debemos levantar las manos y llorar, pero nuestra vida sigue sin cambiar. Esto no debe ser así.

En el mismo libro de Isaías, el Señor muestra un ejemplo de aquella actitud de adoración que Él bendice: “Con mis manos hice tanto el cielo como la tierra; son míos, con todo lo que hay en ellos. ¡Yo, el Señor, he hablado! Bendeciré a los que tienen un corazón humilde y arrepentido, a los que tiemblan ante mi palabra” (Isaías 66:2). Aquí el Señor nos revela que Él derrama su bendición sobre un hombre que le adora temblando ante su Palabra, y que esa actitud va acompañada de un corazón humilde y arrepentido.

¡Oh, que podamos entender que solo hay un tipo de alabanza, un tipo de canción, un tipo de loor que le agrada al Señor y es aquella que viene de los íntegros! El Señor no considera hermosa aquella alabanza que es simple emoción sin nada de acciones justas. Es cierto que no debemos excluir las emociones, pero estas tienen que estar acompañadas y fundamentadas por una vida de santidad y obediencia al Señor. Debemos adorar “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23). Debemos estar “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:11). Ten en tu memoria que “por el fruto se conoce el árbol” (Mateo 12:33), y que “todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego” (Mateo 7:19), sin importar las canciones que haya cantado.

En los íntegros es hermosa la alabanza. Que se graben esas palabras en nuestras conciencias. Que sean un motivo de gozo para ustedes, los íntegros y pobres de espíritu. El Señor se alegra con placer en sus canciones aún cuando sus voces no sean agradables al oído de los hombres. Ni un concierto del coro de los ángeles podría deleitar tanto al Señor como las canciones del más débil y fiel de los justos, que a pesar de sus flaquezas ha sido un vencedor en las fuerzas del Señor. 

¡Oh, que podamos entender que solo hay un tipo de alabanza, un tipo de canción, un tipo de loor que le agrada al Señor y es aquella que viene de los íntegros! El Señor no considera hermosa aquella alabanza que es simple emoción sin nada de acciones justas.

Y que estas palabras sean de advertencia y reflexión para ti, hombre que deshonras la santa adoración con tu hipocresía y falsedad. Piensas que nadie en la iglesia te ve cuando pecas deliberadamente, pero hay Uno cuyos ojos traspasan tu carne y llegan a tu alma y ante Él estas desnudo y sin posibilidad de encontrar escondite. No importa las veces que llores, saltes o aplaudas, ni las canciones que cantes, eso no reemplazará la vida justa e integra que al Señor satisface. 

¡Humíllate bajo su poderosa mano y Él hará que tus alabanzas sean hermosas porque es el Único que podrá transformarte en uno de los justos que vive en justicia!

Que este humilde post sea para la gloria de mi Señor e instrumento para la edificación de su pueblo. Amén.

Benjamin A. Figueroa

Benjamin A. Figueroa

Diseñador Gráfico. Teólogo amateur. Pecador salvado por gracia.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe

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