Alegría, integridad y alabanza I

El Señor nos manda a alegrarnos en Él. Esto es importante porque el gozo es la base para una vida de integridad y una alabanza sincera.

POR BENJAMIN A. FIGUEROA

31/05/2022

“Alegraos, oh justos, en Jehová; En los íntegros es hermosa la alabanza” Salmo 33:1

¡Qué bella y clara es la maravillosa Palabra del Señor! 

Cuando el Dios trino planificó, muchas eternidades atrás, la manera en que su Verdad seria comunicada al hombre, no buscó frases grandilocuentes o indescifrables. Fue tan condescendiente que decidió utilizar palabras que desde un vagabundo iletrado hasta el  más docto de los millonarios pudieran entender. Que esto nos lleve a adorar las gracia del Rey de reyes para con criaturas tan finitas como nosotros y cuya vida es  como “la neblina del amanecer: aparece un rato y luego se esfuma”. (Santiago 4:14).

El texto que encabeza este escrito, y que inspiró su título, es demasiado claro, pero su significado parece que ha sido olvidado en estos tiempos modernos. Nos muestra una realidad que el Señor ha dejado plasmada por todo el libro bendito. Veamos cada palabra para no perder ni un detalle de este pasaje, que es a la vez una promesa y una advertencia para el pueblo del Señor.

Alegraos es la primera palabra. ¡Oh, que algunos cristianos pudiesen entender que el Señor nos ha llamado a una vida de gozo! ¡Ojalá viesen que tenemos todos los motivos para estar cautivados por la alegría! Si bien sabemos que en el mundo tenemos aflicción (Juan 16:33), el Señor nos dice que confiemos porque Él ha derrotado definitivamente al mundo.

Este verbo está en imperativo lo cual indica que es un mandato apremiante del Señor. Dios nos ordena a qué nos alegremos. Su orden es clara, directa, sin titubeos. Esto me recuerda lo que Pablo exhortó desde una fría cárcel romana a los filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. En hebreo el salmista utiliza la palabra “ranan”, que significa: gritar de júbilo, cantar, alegrarse grandemente, alabar. Es un impulso que nace de un corazón bendecido y agradecido. Este es uno de esos mandamientos que no debieran serlo, pero el Señor lo manda para que nos despojemos de nuestra ceguera y veamos la motivación por la cual debemos hacerlo. Esto nos lleva a la segunda parte de la mitad de este verso.

¡Oh, que algunos cristianos pudiesen entender que el Señor nos ha llamado a una vida de gozo!

“¡Oh justos!. Esto nos muestra quienes son los destinatarios de este mandamiento. Dios manda a los justos a que se alegren. Es como si los únicos que tienen los suficientes motivos para alegrarse fueran ellos. Dios no le manda al impío a que se alegre, ni ordena al pecador a que tenga alegría, sino que dice: “…mas los impíos perecerán” (Salmos 37:20) 

La palabra utilizada es “tsaddiyq” que es aplicada a un hombre cuya virtud principal es la rectitud y la justicia. Pero, siendo honestos con Dios y nosotros mismos, ¿ese sustantivo nos califica? ¿No pertenecemos más bien al grupo de los que van a perecer? ¿No dicen las Escrituras en Romanos 3:9: “No hay justo, ni aun uno”? 

¡Oh gracia bendita y soberana! ¡He aquí una fuente de dicha que nos insta a obedecer este mandamiento y alegrarnos sin medida! 

Como cristianos es vital conocer el aspecto teológico de la palabra “justo”. Se puede ser justo de dos maneras: por ley y los méritos propios, o por gracia en confianza de los méritos de Otro. O realizamos el imposible esfuerzo de ser justos a nuestra manera, o recibimos la justicia como un regalo.

El Señor proveyó la sublime manera en que pecadores muertos en delitos y pecados como nosotros puedan llegar a ser justos, rectos y santos. Es menester que sea Dios, por medio de las Escritura, quien lo explique:

Pero ahora, tal como se prometió tiempo atrás en los escritos de Moisés y de los profetas, Dios nos ha mostrado cómo podemos ser justos ante él sin cumplir con las exigencias de la ley. Dios nos hace justos a sus ojos cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo. Y eso es verdad para todo el que cree, sea quien fuere. Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Sin embargo, con una bondad que no merecemos, Dios nos declara justos por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados. Pues Dios ofreció a Jesús como el sacrificio por el pecado. Las personas son declaradas justas a los ojos de Dios cuando creen que Jesús sacrificó su vida al derramar su sangre. Ese sacrificio muestra que Dios actuó con justicia cuando se contuvo y no castigó a los que pecaron en el pasado, porque miraba hacia el futuro y de ese modo los incluiría en lo que llevaría a cabo en el tiempo presente. Dios hizo todo eso para demostrar su justicia, porque él mismo es justo e imparcial, y declara a los pecadores justos a sus ojos cuando ellos creen en Jesús.

¿Podemos, entonces, jactarnos de haber hecho algo para que Dios nos acepte? No, porque nuestra libertad de culpa y cargo no se basa en la obediencia a la ley. Está basada en la fe.

Así que somos declarados justos a los ojos de Dios por medio de la fe y no por obedecer la ley.” (Romanos 3:21-28)

 

Continúa diciendo:

Humanamente hablando, Abraham fue el fundador de nuestra nación judía. ¿Qué descubrió él acerca de llegar a ser justos ante Dios?

Que si sus buenas acciones le hubieran servido para que Dios lo aceptara, habría tenido de qué jactarse; pero esa no era la forma de actuar de Dios. Pues las Escrituras nos dicen: Abraham le creyó a Dios, y Dios consideró a Abraham justo debido a su fe.

Cuando la gente trabaja, el salario que recibe no es un regalo sino algo que se ha ganado; pero la gente no es considerada justa por sus acciones sino por su fe en Dios, quien perdona a los pecadores.

David también habló de lo mismo cuando describió la felicidad de los que son declarados justos sin hacer esfuerzos para lograrlo: Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubren los pecados. Sí, qué alegría para aquellos a quienes el Señor les borró el pecado de su cuenta.” (Romanos 4:1-8).

Y por último:

Pero: Cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo. Él derramó su Espíritu sobre nosotros en abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Por su gracia él nos declaró justos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida eterna.” (Tito 3:4-7)

Pecadores culpables que debieran estar pensando en su condena eterna, ustedes que viven vidas que deshornan a Dios, ustedes que saben que sin el Señor perecerán, ustedes que tiemblan a causa de la sentencia del Señor y su culpabilidad ante el santo tribunal, ustedes sí pueden ser justos delante de Dios y recibir el mandato de vivir en la verdadera y eterna alegría porque ustedes en Cristo pueden ser perfecta y enteramente justos ante los ojos de la Santa Majestad de las Alturas.

Es así como tenemos las razones para gritar de alegría: somos amados por el Señor. Obedezcamos este mandato: ¡Alégrense, oh justos!

Pero este versículo no acaba aquí. Aún hay mucho néctar que extraer de este inmensurable caudal de gracia.

en Jehová. Como no alegrarnos en Jehová si Él es quien nos da todo. Por medio de su Hijo nos declara justos, y por si fuera poco, nos da sustento, abrigo y alimento para nuestros débiles cuerpos y nuestras pobres almas. 

Nuestro motivo de alegría, nuestro consuelo, nuestro mayor anhelo, aquello que hace que se nos escape una sonrisa de alegría en medio del profundo dolor es Él. 

¿Cómo es posible que nos hayamos olvidado esto? Deberíamos gritar, cantar y alabar en Él, por Él y para Él. ¡Oh, qué manera de olvidarnos su favor y gracia! Él es todo para nosotros. 

Recuerdo que en adolescente comentaba con un gran hermano y amigo: “A veces desearía abandonar el camino, irme al mundo y lanzar todo por la borda, pero entonces me doy cuenta de que he llegado a un punto de mi vida en el que si me quitaran a Jesús me quitarían todo. Si yo me alejará de Él, ¿qué es lo que haría? Él es mi vida y si me alejo de Jesús entonces muero. Solo Él tiene palabras de vida eterna”. Que esta sea mi confesión y que también sea la tuya.

Seamos tan agradecidos que podamos decir:

Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Salmos 16:5-6)

¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Salmos 73:25)

Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 Pedro 2:7)

Nuestro motivo de alegría, nuestro consuelo, nuestro mayor anhelo, aquello que hace que se nos escape una sonrisa de gozo en medio del profundo dolor es Él.

Veamos al Señor como nuestra parte, aquello que nos pertenece, el único que nos sacia. Así como fue con David, Asaf y Pedro, que Jesucristo sea nuestro más grande deseo, lo más precioso en la vida, el que le da sentido y dirección a nuestra existencia, nuestro mayor y único tesoro. Nuestro motivo de alegría.

¡Alégrate, oh justo, en el Señor! Que no se te olvide hacerlo hoy y el resto de tu vida.

Continuará…

Benjamin A. Figueroa

Benjamin A. Figueroa

Diseñador Gráfico. Teólogo amateur. Pecador salvado por gracia.
Director y Fundador de Antorchas de la Fe

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